sábado, 16 de noviembre de 2013

Madrugada y confesiones



A veces se siente sola.
Busca sus rastros entre las sábanas de la cama, por más que sepa de memoria,
Que ahí no lo encontraría jamás; intenta convencerse, que nunca estuvo.

Suspende el tiempo presente,
Embriagándose de la añoranza de su cuerpo;
su cuerpo que es infinito pasado.

No siempre comprende del todo esta cuestión del olvido, como es que se procesa una partida, cuando fue el momento exacto en que le dijo adiós.

Y aunque sonría en otros cuerpos, aunque practique el rito de descubrir sensaciones en los demás, hay algo muerto en ella que no revive.
Por más aventuras nocturnas que recorran su cuerpo, que parece inmune.

Extraña la compañía silenciosa, de quien supo caminar a su lado. O no, quizás no lo extraña, y es esa sensación de soledad que la invade los domingos a la madrugada, cuando la lluvia garúa finito… y sentada en el andén, sabe que falta un rato para que llegue el tren que la lleva a su casa.
Añora lo que supo ser. Caen lágrimas pesadas que no logran confundirse con la garúa más finita, y le dedica los más hondos pensamientos.

Y él, deja de ser el, para condensar frustraciones, pesares, miedos, y algunas luces de esperanza.

Porque cuando sonríe el día, y el sol la besa en la boca, resucita. Se despabila de su modorra, y encuentra otras existencias que la están pensando, un inusitado amor propio, y sabe, lo sabe,

Que es mucho más feliz que la madrugada anterior.

jueves, 31 de octubre de 2013

Fragmentos de una despedida.




Para empezar a decir adiós.
Porque es preciso,
porque resulta urgente,
casi un deber –ser del cuerpo, rearmarse para volver a nadar,
rio arriba.

Diré que lo hago porque es necesario, no porque sea mi deseo más profundo.
Es necesario desprenderse,
De la ilusión de cruzarte al pasar.
De los besos acumulados en sábanas ajenas. De la posibilidad, hoy imposible, de ir a tu encuentro.

Para empezar, a decir adiós, diré que no es fácil, que voy a extrañarte.
En lo hondo de la piel, en las fotos de los atardeceres, en la música de Liliana. Que allí donde más te extrañe, más vivirás, sereno, en mi memoria.

Para empezar a decirte adiós, querido rey de la cabina, me ire despidiendo de estas ganas que pujan por contarte cositas, secretos, por hacerte parte de mi vida. Intentaré, totalmente consciente de estar haciéndolo contra la voluntad del corazón, apaciguar esas ganas, respirando hondo, y conteniendo los deseos de tus letras.

Para empezar a despedirte, me aferraré a las convenciones, y diré que ni siquiera es que te conozco tanto, que te vi tan pocas veces en esta vida presente, que entonces tiene que ser sencillo dejarte partir. Voy a aprender a contar el tiempo como los demás mortales, procurando olvidar esa sensación de minutos que se suspenden en el aire cuando te tengo cerca.

Y así te iré despidiendo, te iré guardando en el recuerdo, para sacarte de la piel.
Cada día que pase sin pensarte, será un día ganado a este futuro. Para recordarte con risas y soles, y dejar de a poco, que habites mi memoria.

viernes, 25 de octubre de 2013

Sentires.



(2010)


Cierro los ojos y puedo verte. Sin tanto complejo y con mucho descaro lográs hurgar en los rincones más íntimos y recónditos, y me sorprende mi dejarte hacer. Quizás con un poco de miedo. Pero sin reparos.

No, miedo no es la palabra. ¿Quizás ansiedad?
Interrogo tus formas con mis manos, descubro puntos escondidos, exploro tus huecos.
¿Te das cuenta que dejamos fluir las miserias, haciendo enormes las sonrisas y engrandeciendo esto tan lindo que nos une?

Yo me miro y noto que fluye. Fluye la energía como caudales de agua desprovista de represa. Agüita liberada de penas, agua cristalina con destellos tímidos de horizontes que no conoce y tampoco sabe si quiere conocer.

A estas alturas, ¿Quién sabe algo?

Me deslumbra encontrarnos y que tu piel se entienda tanto con la mía. Nos faltaba eso, ya nos habíamos deslumbrado con palabras y frases bonitas.

¿Cómo haces? Me hundo en tu pecho, y se disipan los fantasmas amenazantes que, sin permiso se interponen entre tu piel y la mía.

Esos fantasmas distintos y compartidos.

Me descubro vulnerable y te lo regalo de mis manos. Encontraste en mí salida a lo que querías decir. Catarsis. Sin llanto. Con profundo respeto.

Te escucho sabiendo que quiero seguirte escuchando, te escucho encantada de tu catarsis, asustada de que sea yo en quien puedas descargarte, asombrada de lo fáciles que resultan las respuestas cuando la piel que oprime no es la propia.

Leo entonces las líneas de tus caderas, y dibujo soles de mil formas con mis labios.
Es tan grande lo que surge cuando descubrís mi indefensión; te la apropias y la reinventas a tu forma, sin apuros. Te dejo que sigas interrogando mi humanidad…

No tengo todas las respuestas, tan sólo las de hoy.
Encontraré las respuestas a nuevas preguntas cuando sea oportuno.

jueves, 10 de octubre de 2013

La casa



Siempre tuve la impresión de que las casualidades que nos sorprenden a menudo son en realidad causalidades, puestas ahí para darnos una idea de que hay un destino que nos excede, que nos modela cada tanto y otro tanto hace y deshace a su antojo.
            Hace un par de semanas andaba deambulando por Palermo. El viejo, el Soho, el Hollywood, ya no puedo distinguirlos bien. Bonpland era mi destino, y hacia allí me dirigía.  Admito que siento cierta simpatía al barrio, que aunque crece como loco y se llena de espacios ‘cool’ tiene un no sé qué que da gusto admirar mientras uno camina relajado por sus calles. Sin embargo, aquel día no podía admirar nada: abrigaba en mi pecho una tensión particular, mezcla de miedo y nudos en la panza que no paraban de crecer. Extraño porque recorrí Santa Fe infinidad de veces…
La esquina de Bonpland se me hizo repentinamente familiar, y no sabía si era mi imaginación la que me estaba jugando una mala pasada, otra vez. Mientras me acercaba a destino- un pequeño centro cultural- supe. Estaba ahí, clarísimo, e imposible de evitar: era tu casa.
            La casa de la esquina, ahí a cinco cuadras. Temí por un momento que las piernas fueran a flaquear, mientras caminaba por la vereda, que tantas otras veces había sido nuestra. Cada baldosa se apropiaba de una parte de mí, y como manantial de agua, sobrevinieron los recuerdos. Nuestros recuerdos.
De las idas y vuelta, de cuando decías cosas que no quería escuchar y salía corriendo… de la primera vez que caminamos de la mano, sosteniéndonos el uno a otro, y riéndonos de tonterías. De la primera vez que quise plasmar en el papel lo que sentía por vos, y a borbotones salieron las palabras. Las hojas y hojas ocupadas en tu honor.
            Te recordé tan nítido que creí que volvía  a amarte. Como aquel tiempo. Tan lejano. Cerré mis ojos esperando que el semáforo diera la señal de cruzar, y vi tus ojos negros posados en los míos. Hermoso como siempre, volátil y tierno.
El corazón latía violentamente cuando llegue a tu casa. Estaba igual, blanquísima con las paredes comenzando a descascararse, su pesada puerta de madera, el incesante ir y venir de la misma gente. La vi y quise verte parado esperándome. Claro que no estabas, porqué habrías de estar… fuiste claro en tu adiós. Y yo estuve de acuerdo. Caí en la cuenta que hacía tiempo no te aparecías en mis pensamientos, y que las lágrimas habían sanado las heridas. Al menos las superficiales. Juro que fue como volver a respirar… y me alejé.
La casa sigue igual, los que habíamos ya partido, eramos nosotros.

jueves, 23 de mayo de 2013

Bonfim, la fiesta de todos los colores


Salvador, en el estado de Bahía, resulta ser antes que nada, una ciudad de contrastes. Pasé allí cinco semanas, este último verano, y llevo conmigo infinidad de postales que han quedado grabadas en mi memoria y que aún hoy siguen aflorando, desde el inconsciente, buscando pistas para comprender. La postal de la Fiesta de Nuestro señor de Bonfim es una de mis favoritas. 



Salvador, esa ciudad inmensa, te explota en la cara. Te lo muestra todo y nada a la vez. En su casco histórico, Pelourinho, se entremezclan la opulencia y la extrema miseria en un radio de cuadras. ¡Los colores por todos lados! Las construcciones, la belleza. Pelourinho no te da la bienvenida, tan solo se muestra, aguerrida. Como siendo consciente de la historia de guerras y esclavos que sostiene, pesada, en sus hombros. De los siglos y siglos de historia. De las almas negras vendidas en sus plazas, de las religiones desterradas y el intento fallido de ser colonia de un imperio. De las familias acomodadas de Portugal, de sus descendientes mestizos y la marca del color de la piel como forma de aseverar que nadie acá es puro. Todo es una imperfecta mixtura, muchas veces imposible de asir para el turista desprevenido. Como si fuera consciente, quizás, de ser mucha de la luz de este Brasil inmenso; y tanto más de su oscuridad…

De todas las postales que conservo en la memoria, me quedo con una de la mañana del 17 de enero: La fiesta de Nuestro señor de Bonfim. Esta celebración es, quizás, una de las manifestaciones más claras del sincretismo que se respira en Bahía. La mezcla tan característica de la forma bahiana en que se aúnan tradiciones tan distintas, como las del catolicismo portugués -que aunque mucho no sepa me da la impresión que es muy distinto al español- y el candomblé, sus rituales, y sus devociones, sobreviviendo con estoicismo y aparente armonía. Se mezclan los Oxalas con los Jesuses de Bonfim. Uno como sincretismo del otro. Señales de la cruz parecen convivir con las limpiezas que se hacen en los terreiros, las plantas y los inciensos. Fieles católicos y negros bien bahianos (¡Y negros bahianos católicos también!), unos al lado de los otros yendo a un mismo lugar. Me desvela la pregunta obligada: ¿cómo se hace para convivir en armonía (o al menos eso parece) entre tanta mezcla? Deseo investigar más sobre esta fiesta y quizás conocer qué fue pasando a lo largo de los años.
La procesión comienza bien temprano en el elevador Lacerda, el que comunica ciudad alta con ciudad baja. Recorre calles populares de la ciudad, con las bahianas liderando la procesión.
Las bahianas sonríen vestidas
 con pollerones enormes de telas bien pesadas, armados con miriñaques y que encima tienen una especie de casaca larga, a tono con la pollera. Llevan collares de muchos colores (en especial azul y blanco, que son los colores de Oxalá Jesus), y en la cabeza los turbantes  tan típicos y tan imposibles de copiar. Allí mismo, en la Iglesia, se hace un lavado de las escaleras (lavagem do Bonfim), son las 6 de la mañana. Las rejas de la Iglesia están cubiertas de cintas: la gente pide sus deseos y ata cintas de todos los colores con diversas insignias, son las que intentan regalarte desde que llegas a la ciudad.

Aquella mañana decidí  ir lo más temprano que fuera posible: se trata de una fiesta muy popular y mucha gente que se agolpa en la calle. Mucha fue mi sorpresa -o no tanto, a veces parece que ya nada sorprende en Bahia- cuando al salir para una procesión "religiosa", a  las 7 de la mañana ya se acomodaban los puestos de cerveza, 3 x 5 reales, una x 2. Eran miles, no exagero. Cada 10 metros algún bahiano o bahiana, uno al lado del otro, con sus heladeras de telgopor y gazebos en los mejores puestos... ¡mucha, mucha cerveza!, algún que otro Smirnoff (a mayor precio, claro) y agua gelada. Miro en verdad sorprendida: ni se me ocurre tomar alcohol tan de mañana, menos aún con los acompañamientos culinarios usuales; como el acaraje, la feijoada, los espetiños, todos mezclados entre las cervezas al por mayor. ¿Cómo hacen, cómo? Pienso en sus estómagos e hígados, a prueba de todo.

Y la mixtura no termina ahí, puesto que al ir acercándome a la iglesia, veo como avanza la procesión oficial, encabezada por el PT. Si, el partido que llevó a Lula al poder. En Bonfim se mezclan, además de las religiones, las consignas: bloques afro conviven con las pancartas de reclamos salariales, colores partidarios, carteles que piden por conocer todo lo ocurrido durante la dictadura (una enorme sonrisa se dibuja en mi cara, por el país donde me tocó nacer, que de a poco va recuperando la memoria), bloques de gays y lesbianas, sindicatos que piden acortar el horario de trabajo, familias enteras, bahianas entremezcladas con los demás, hombres y mujeres disfrazados de indios, caciques... y la iglesia como telón de fondo, y los fieles portando remeras coloridas de Jesús.

Bonfim parece una fiesta. Alcancé a atar en la entrada de la iglesia las cintas compradas en el camino -los puestos de cintas peleaban mano a mano con los de las cervezas-, no sin pedir mis deseos bien intensamente. Fui partícipe un rato de la extraña fiesta, donde desde un altoparlante de la iglesia se arengaba a los fieles a cantarle al Cristo de Bonfin, y me volví caminando.

Bonfim, quien tiene fe va a pie, se dice por acá.

domingo, 19 de mayo de 2013

confesiones porteñas


Buenos Aires es arte, escribiste alguna vez, mientras la retratabas como si siempre hubieras merodeado por sus calles, como si conocieras cada recoveco, cada escondite mágico donde la ciudad se nos revela, misteriosa y eterna, tan poco nuestra como los cuerpos que hoy habitamos, transitoriamente, en este tiempo.

Buenos Aires es arte, entre otras cosas, porque tiene tesoros escondidos. Caminando por Entre Ríos  bien cerquita del Congreso, un día de sol sin apuro, me encontré ese balcón.
Precioso. Perfecto. Escondido detrás de un árbol  camuflado entre edificios comerciales, carteles y mucha mugre.
Quizás fue que iba sin correr, por una vez en mucho tiempo, o quizás fue que tenía que levantar justo la vista para encontrarlo.
Debo admitir que me quedé, sonrisa de dientes enormes, quietita, saque mi celular e intenté conservar una postal, una ínfima postal de una ciudad que cambia, constantemente ante nuestros ojos.
En momentos de tanta especulación inmobiliaria, de tanta reliquia arquitectónica vendida al mejor postor, encontrar ese balcón fue un alivio.

Gracias por mostrarme, en las letras, un Buenos Aires que ya conocía, pero que redescubrí...

Esta ciudad extrañará tus rios de tinta.

martes, 19 de febrero de 2013

Preguntas al viento


I
¿A dónde van las palabras que se lleva el viento?

El viento lleva palabras como si fueran parte de un enorme soplido. Vuelan, irrespetuosamente, transfiguradas.
Se esparcen por el mundo, se disfrazan de murmullos, de suspiros, de gritos feroces y se esconden en bocas que logran contenerse para no regalarle al aire más palabras.

Palabras que no mueren, no pueden morir. Se reinventan.

Sobrevuelan, apacibles y ligeras. Rodean los caminos, arremolinan las vueltas. Porque vuelven, casi siempre renovadas.
Como círculos que comienzan, dan la vuelta, y vuelven a empezar.
O como dice por aahí un entrañable uruguayo…
‘Si la uva está hecha de vino, nosotros somos las palabras que dicen lo que somos’.

II
¿Pero entonces, donde van las palabras que se lleva el viento?

Vuelan, vuelan lejos, para luego volver, renovadas.
Cruzan cordilleras, praderas y desiertos. Se cuelan por techos y edificios, ahí donde el sol aparece poquísimas veces.

Las palabras que se lleva el viento se desparraman, se hacen cada vez más grandes… como ecos de lo que fueron.
Se nutren de nuevas palabras que van encontrando en el camino.
El otro día grité al viento un “te extraño”, quizás vuelva y la escuches y se convierta en “cada día que pasa te extraño más”