jueves, 31 de octubre de 2013

Fragmentos de una despedida.




Para empezar a decir adiós.
Porque es preciso,
porque resulta urgente,
casi un deber –ser del cuerpo, rearmarse para volver a nadar,
rio arriba.

Diré que lo hago porque es necesario, no porque sea mi deseo más profundo.
Es necesario desprenderse,
De la ilusión de cruzarte al pasar.
De los besos acumulados en sábanas ajenas. De la posibilidad, hoy imposible, de ir a tu encuentro.

Para empezar, a decir adiós, diré que no es fácil, que voy a extrañarte.
En lo hondo de la piel, en las fotos de los atardeceres, en la música de Liliana. Que allí donde más te extrañe, más vivirás, sereno, en mi memoria.

Para empezar a decirte adiós, querido rey de la cabina, me ire despidiendo de estas ganas que pujan por contarte cositas, secretos, por hacerte parte de mi vida. Intentaré, totalmente consciente de estar haciéndolo contra la voluntad del corazón, apaciguar esas ganas, respirando hondo, y conteniendo los deseos de tus letras.

Para empezar a despedirte, me aferraré a las convenciones, y diré que ni siquiera es que te conozco tanto, que te vi tan pocas veces en esta vida presente, que entonces tiene que ser sencillo dejarte partir. Voy a aprender a contar el tiempo como los demás mortales, procurando olvidar esa sensación de minutos que se suspenden en el aire cuando te tengo cerca.

Y así te iré despidiendo, te iré guardando en el recuerdo, para sacarte de la piel.
Cada día que pase sin pensarte, será un día ganado a este futuro. Para recordarte con risas y soles, y dejar de a poco, que habites mi memoria.

viernes, 25 de octubre de 2013

Sentires.



(2010)


Cierro los ojos y puedo verte. Sin tanto complejo y con mucho descaro lográs hurgar en los rincones más íntimos y recónditos, y me sorprende mi dejarte hacer. Quizás con un poco de miedo. Pero sin reparos.

No, miedo no es la palabra. ¿Quizás ansiedad?
Interrogo tus formas con mis manos, descubro puntos escondidos, exploro tus huecos.
¿Te das cuenta que dejamos fluir las miserias, haciendo enormes las sonrisas y engrandeciendo esto tan lindo que nos une?

Yo me miro y noto que fluye. Fluye la energía como caudales de agua desprovista de represa. Agüita liberada de penas, agua cristalina con destellos tímidos de horizontes que no conoce y tampoco sabe si quiere conocer.

A estas alturas, ¿Quién sabe algo?

Me deslumbra encontrarnos y que tu piel se entienda tanto con la mía. Nos faltaba eso, ya nos habíamos deslumbrado con palabras y frases bonitas.

¿Cómo haces? Me hundo en tu pecho, y se disipan los fantasmas amenazantes que, sin permiso se interponen entre tu piel y la mía.

Esos fantasmas distintos y compartidos.

Me descubro vulnerable y te lo regalo de mis manos. Encontraste en mí salida a lo que querías decir. Catarsis. Sin llanto. Con profundo respeto.

Te escucho sabiendo que quiero seguirte escuchando, te escucho encantada de tu catarsis, asustada de que sea yo en quien puedas descargarte, asombrada de lo fáciles que resultan las respuestas cuando la piel que oprime no es la propia.

Leo entonces las líneas de tus caderas, y dibujo soles de mil formas con mis labios.
Es tan grande lo que surge cuando descubrís mi indefensión; te la apropias y la reinventas a tu forma, sin apuros. Te dejo que sigas interrogando mi humanidad…

No tengo todas las respuestas, tan sólo las de hoy.
Encontraré las respuestas a nuevas preguntas cuando sea oportuno.

jueves, 10 de octubre de 2013

La casa



Siempre tuve la impresión de que las casualidades que nos sorprenden a menudo son en realidad causalidades, puestas ahí para darnos una idea de que hay un destino que nos excede, que nos modela cada tanto y otro tanto hace y deshace a su antojo.
            Hace un par de semanas andaba deambulando por Palermo. El viejo, el Soho, el Hollywood, ya no puedo distinguirlos bien. Bonpland era mi destino, y hacia allí me dirigía.  Admito que siento cierta simpatía al barrio, que aunque crece como loco y se llena de espacios ‘cool’ tiene un no sé qué que da gusto admirar mientras uno camina relajado por sus calles. Sin embargo, aquel día no podía admirar nada: abrigaba en mi pecho una tensión particular, mezcla de miedo y nudos en la panza que no paraban de crecer. Extraño porque recorrí Santa Fe infinidad de veces…
La esquina de Bonpland se me hizo repentinamente familiar, y no sabía si era mi imaginación la que me estaba jugando una mala pasada, otra vez. Mientras me acercaba a destino- un pequeño centro cultural- supe. Estaba ahí, clarísimo, e imposible de evitar: era tu casa.
            La casa de la esquina, ahí a cinco cuadras. Temí por un momento que las piernas fueran a flaquear, mientras caminaba por la vereda, que tantas otras veces había sido nuestra. Cada baldosa se apropiaba de una parte de mí, y como manantial de agua, sobrevinieron los recuerdos. Nuestros recuerdos.
De las idas y vuelta, de cuando decías cosas que no quería escuchar y salía corriendo… de la primera vez que caminamos de la mano, sosteniéndonos el uno a otro, y riéndonos de tonterías. De la primera vez que quise plasmar en el papel lo que sentía por vos, y a borbotones salieron las palabras. Las hojas y hojas ocupadas en tu honor.
            Te recordé tan nítido que creí que volvía  a amarte. Como aquel tiempo. Tan lejano. Cerré mis ojos esperando que el semáforo diera la señal de cruzar, y vi tus ojos negros posados en los míos. Hermoso como siempre, volátil y tierno.
El corazón latía violentamente cuando llegue a tu casa. Estaba igual, blanquísima con las paredes comenzando a descascararse, su pesada puerta de madera, el incesante ir y venir de la misma gente. La vi y quise verte parado esperándome. Claro que no estabas, porqué habrías de estar… fuiste claro en tu adiós. Y yo estuve de acuerdo. Caí en la cuenta que hacía tiempo no te aparecías en mis pensamientos, y que las lágrimas habían sanado las heridas. Al menos las superficiales. Juro que fue como volver a respirar… y me alejé.
La casa sigue igual, los que habíamos ya partido, eramos nosotros.