miércoles, 14 de noviembre de 2012

Latinoamérica


La imagino enorme. Erguida en el sur del océano Atlántico. Bueno, el sur lo llamamos, más por convenciones geográficas y políticas que a esta altura del mundo no discutimos: sabemos que el sur queda en el sur y el norte en el norte porque hubo quien, con autoridad suficiente –o prepotente- lo impuso. Y así quedamos, rezagados al sur de mundo que no por estar abajo resulta menos importante.

                La imagino, ante todo, bella. Tierra de colores, de texturas inconmensurables a la vista humana. Surcos profundos de aguas que cruzan de oeste a este, panzas de montañas en tonos del color de la tierra,  de tantas y variadas alturas, valles escondidos y la inmensidad de la planicie. Los mares hinchados de peces y luego, orgullosamente verde, la selva.
La imagino misteriosa. Una vieja sabia; como quien puede contar las historias más antiguas; como quien logra encandilarte con el brillo de la magia que encierran sus orígenes.

                Latinoamérica, Iberoamérica, América Latina. Aquí, nuevamente la convención. Esa forma arbitraria de nominar, las palabras que llevan, en su formulación, la historia de las cosas.  Historia desgarrada de luchas, de pujas por la dominación, o la usurpación directa de este continente tan preciado. Hay quien me contó, alguna vez, que la historia  de la humanidad debería ser la de los diccionarios vigentes en cada momento, puesto que ellos tienen condensadas las victorias de los poderosos que supieron dar nombre. Es sabido es que quien nomina, ejerce poder.
Las palabras resultan esos significantes fuertes que nos muestran que esta tierra late, siente y vibra como un enorme ser vivo.

                América Latina dividida en países. Formalismos que encierran la derrota de las luchas que buscaban unir en un sólo ideal de Patria Grande, el enorme territorio que hoy abarca América del Sur. Las heroicas gestas de Bolívar y San Martín, las huestes de ejércitos que se embarcaron en la ardua tarea de unificar lo que las potencias realistas pretendían disolver en países diseminados arbitrariamente. Muchas de esas divisiones quedaron marcadas a fuego en la historia de los países… Sin embargo me pregunto: qué pasaría; si hoy pudiéramos ver como en una película, los sucesos de América Latina en el último tiempo, indistintamente de la procedencia por país. ¿Qué veríamos?
                Sin dudas que emerge, como faro y promesa de continuidad, la aplastante victoria de Chávez en Venezuela. No sólo contra Capriles, sino contra todo un sistema de medios puesto al servicio de la desinformación, y de la mentira. Chávez se queda, y a su paso Venezuela se transforma.
                Más al norte veríamos la heroica resistencia de una isla que enfrenta, desde hace medio siglo, un injustificado bloqueo que buscó dejarla aislada, pero             que no lo logró. En su lugar brotaron las raíces y semillas de pequeñas revoluciones que Cuba esparce a los demás territorios. Recordándonos que ella vive, en la medida que podamos hacernos cargo de su historia, y continuarla.
                ¿Qué más veríamos? Un paisito pequeño, con gran cantidad de paisajes, con selva, montaña y playas cristalinas, que pondrá en breve su destino a prueba de votos. El histórico Guayaquil mira, mientras Correa disputa una nueva elección, y con ella su continuidad en un proceso largo, con vaivenes, donde el buen vivir intenta hacerse lugar. Una reforma universitaria en curso y el convencimiento de que la revolución, sin educación no llega a buen puerto.
                Bolivia, tierra de contrastes. De heroicas luchas, de pueblos oprimidos desde el comienzo que supieron ver, hace unos años, como uno de los suyos asumía el mando del país. Hoy se juegan los desafíos de la continuidad de aquel momento en que se dio por tierra  con una constitución infame y se puso en pie un referendo y con él una nueva constitución: El Estado Plurinacional que se mantiene y que sabe dialogar con los sectores que le exigen. Un presidente con la suficiente humildad como para pedir perdón cuando hay exabruptos en los intentos de modernización. No es poca cosa.
                Y más al oeste Colombia que intenta luego de muchos años lograr un proceso de paz con sus históricas fuerzas guerrilleras. La tierra americana que tantos intentos revolucionarios conoció, que supo de colectivos organizados que soñaron y pelearon por un continente soberano, libre.
                Los países del Cono Sur, Chile en sus encrucijadas, con un pueblo digno que resiste a los embates de la derecha, con un movimiento estudiantil de pie que reconoce en la educación la puerta de la liberación verdadera. Argentina que se mueve entre aguas que a veces pueden resultar turbulentas: tanta sigla marcada de números y letras nos hace pensar que, hoy más que ayer, el desafío se encuentra en tener propuestas reales, genuinas intenciones de llevarlas adelante; sabiendo que  las memorias de los últimos diez años no se pierden. Así como no se han perdido las memorias más viejas, las que se guardan dentro para –intentar- no repetir.
                Al sur, bien al sur, “la pequeña suiza”, mal llamada por quienes pretenden alejar a Uruguay de su raigambre latina,  se despereza de su modorra y pone en pie la primera ley que contempla la despenalización del derecho irrenunciable de las mujeres a interrumpir su embarazo. Quizás sea la punta de lanza para otros, la copiemos.
                Puede que suene a una crónica excesivamente positiva. Es una apuesta política, nada grande puede hacerse desde la tristeza (y no lo digo yo, nomás). Prefiero dejarle a nuestros enemigos ese siempre bien ejercido arte de desmoralizar. América Latina está llena de contrastes. Es cierto. Con países de avanzada y países que intentan. Con extrema pobreza y abundantes riquezas. Con pueblos más o menos dormidos. Se podría relatar, al infinito, la historia de estas tierras. Brasil, Paraguay y todos, cada uno inmerso en sus propios procesos, reconociéndose e intentando. Sabiendo que en el seno de la Latinoamérica profunda está la clave.

Hay un destino que es continental, o no será.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Lluvia.





Lluvia. Copiosa lluvia.
Lluvia que moja la ventana,
ventana que ve transitar paraguas,
paraguas de todos los colores.
Que componen bellas tramas, que se entrecruzan con el agua,

que dan vida al cielo gris.
La lluvia que cae, la tormenta que no amaina
Y parece que va a caerse el mundo.
O a lavarse, quizás. ¿lavarse de que? ¿De quienes? 



Las gotas redondas, panzonas,
que me mojan las mejillas
aunque en vano intente

tapar mi cara bajo el paraguas.



Lluviecita quitapenas, lluviecita sanadora.
Que se hace rio manso
en los cordones de la vereda,

que fluye llevándose los restos
de noche porteña desorbitada.
La lluvia hecha lágrimas de una ciudad esquizofrénica
que la invoca cuando no está,
Y la detesta apenas llega.



Y yo la miro correr, ensimismada.

Fluyendo en su propio mundo.

De olores a agua dulce, de recuerdos de tormentas del caribe.
La miro y me sonrío,

porque aunque sea fiel hija de la luna y el sol,
me abrazo a la lluvia que
un día lunes furioso
me regala su espectáculo.