miércoles, 5 de septiembre de 2012

Etérea.


‘Si te hacés pájaro, no olvides volar cielo arriba’

Cuando el mundo aparece más hostil de lo normal, cuando te tira para abajo, cuando su fuerza de gravedad es tan fuerte que no hay forma de hacerle frente.

Ahí es donde deseo haber nacido etérea, o metamorfosearme en pájaro y echar alas. Sentir el aire suave entre las plumas y saber, con todas las fuerzas, que me destino está en volar alto. Tan alto que los seres de la tierra no puedan distinguirme. Envolverme de aire para mecerme en sus nubes, para vibrar, desatada de todo hilo terrenal, cerquita del sol.

Volar y no sentir el peso del cuerpo, la violenta opresión del cuerpo como cárcel. La cruda realidad de su corrupción, de su finitud, de su progresivo deterioro. Ansío el aire como quien pretende, sin dejo de realidad, alcanzar la infinitud.

Deseo el aire para sentir menos. Volar cielo arriba para dejar en la tierra los rastros de humanidad. El miedo, tan tuyo, tan mío, tan de quienes se saben vulnerables y aún así, eligen dar el salto. Sin más certezas que la proximidad del otro en el momento de saltar. ¿Qué ocurre cuando lo que aguarda no es el río, sino el vacío mismo, la caída libre, en picada, el  terror de la desconexión, y por fin, la inesperada bifurcación?

Encapsular en la tierra todo miedo, volar río arriba, desprendida. Aunque eso implique, quizás, dejar atrás mi humanidad, lo que me define. Este sentimiento a flor de piel, estas preciosas lágrimas que se explayan como chorros de tinta que manchan mis mejillas.
Mi perenne tendencia a sonreír, aunque me asalte la tristeza más profunda.

Y allí, en el preciso instante de la conciencia de lo que se deja atrás, allí es cuando dudo. ¿vale la pena volar cielo arriba? ¿Vale la pena volar así, tan desatada, tan libre que me pierdo de ser yo?

¿Existirá, acaso, alguna otra forma de hacerme pájaro y echar alas?