lunes, 18 de julio de 2011

árboles.

Retazos

Vi que eran las cuatro que abrí los ojos con el sol entrando por entre las rejas de la persiana, directo a la cara. Cuatro de la tarde.
Intenté volver a dormir, pero era en vano. Una vez despierta, ya no podía conciliar el sueño. Me revolví entre las sábanas, tratando de encontrar una posición cómoda para descansar. Una especie de nudo agolpaba mi pecho, y los retorcijones del estómago no me daban tregua.
Cuatro de la tarde. Aspiré una bocanada grande a aire como para despabilarme. De lleno el olor rancio  del alcohol desparramado por mi cuatro, intuí que de seguro había una par de botellas vacías en el piso. Yo sólo veía unos vasos a medio llenar de ron en mi mesita de luz, iluminados pareja y prolijamente por los rayos del sol. Delatando mi lápiz labial rojo en uno de ellos.
Intenté incorporarme, de golpe. El mareo que acechaba mi cabeza me hizo retroceder, para levantarme más suavemente. El caos de mi habitación, el desorden de mi pelo revuelto y el entumecimiento de mis músculos… lo surreal, y por momentos ficticio de la escena de mi alrededor me hizo caer en la cuenta que no recordaba la noche anterior más que por pedazos. Por retazos que no guardaban mucha relación entre sí.
Desesperada hice todos los esfuerzos para recordar, mirando a todos lados como intentando encontrar pistas. La ropa desparramada por el piso, dos botellas de ron casi vacías, todo me resultaba ajeno y familiar. Como si fuesen piezas de un relato al cual nadie me había hecho partícipe.
Con esfuerzo me incorporé y fui al baño. Al verme en el espejo, una parte del rompecabezas se volvió clara ante mis ojos. Mis ojos. Hinchados. ¿De tanto llorar?
¡Ahora lo recordaba! Me había dormido llorando, gritando para mis adentros ‘¡Hijo de una gran puta, andate lejos donde no te vea!’
En la esquina de mi baño, un calzoncillo tuyo confirmaba mis sospechas. Hijo de puta, me decía mientras volvían, acuciantes, las nauseas. Hijo de puta.
Me acomodé un poco el pelo, intentando recuperar parte de una dignidad casi remota. Afuera del baño me esperaba el caos y no estaba de humor para enfrentarlo.
Unas lágrimas magras rodaron por mis mejillas, mientras rememoraba una y otra vez los retazos que recordaba de la noche anterior. El desenfreno del principio, el final trágico, y en el medio, lagunas.
Volviendo a mi habitación, me hice ovillo en el centro de la cama. Cuatro y media marcaba el reloj. Hoy no era mi día para enfrentar al mundo.