La imagino
enorme. Erguida en el sur del océano Atlántico. Bueno, el sur lo llamamos, más
por convenciones geográficas y políticas que a esta altura del mundo no
discutimos: sabemos que el sur queda en el sur y el norte en el norte porque
hubo quien, con autoridad suficiente –o prepotente- lo impuso. Y así quedamos,
rezagados al sur de mundo que no por estar abajo resulta menos importante.
La imagino, ante todo, bella.
Tierra de colores, de texturas inconmensurables a la vista humana. Surcos
profundos de aguas que cruzan de oeste a este, panzas de montañas en tonos del
color de la tierra, de tantas y variadas
alturas, valles escondidos y la inmensidad de la planicie. Los mares hinchados
de peces y luego, orgullosamente verde, la selva.
La imagino
misteriosa. Una vieja sabia; como quien puede contar las historias más
antiguas; como quien logra encandilarte con el brillo de la magia que encierran
sus orígenes.
Latinoamérica, Iberoamérica,
América Latina. Aquí, nuevamente la convención. Esa forma arbitraria de
nominar, las palabras que llevan, en su formulación, la historia de las cosas. Historia desgarrada de luchas, de pujas por la
dominación, o la usurpación directa de este continente tan preciado. Hay quien
me contó, alguna vez, que la historia de
la humanidad debería ser la de los diccionarios vigentes en cada momento,
puesto que ellos tienen condensadas las victorias de los poderosos que supieron
dar nombre. Es sabido es que quien nomina, ejerce poder.
Las
palabras resultan esos significantes fuertes que nos muestran que esta tierra
late, siente y vibra como un enorme ser vivo.
América Latina dividida en
países. Formalismos que encierran la derrota de las luchas que buscaban unir en
un sólo ideal de Patria Grande, el enorme territorio que hoy abarca América del
Sur. Las heroicas gestas de Bolívar y San Martín, las huestes de ejércitos que
se embarcaron en la ardua tarea de unificar lo que las potencias realistas
pretendían disolver en países diseminados arbitrariamente. Muchas de esas
divisiones quedaron marcadas a fuego en la historia de los países… Sin embargo
me pregunto: qué pasaría; si hoy pudiéramos ver como en una película, los
sucesos de América Latina en el último tiempo, indistintamente de la
procedencia por país. ¿Qué veríamos?
Sin dudas que emerge, como faro
y promesa de continuidad, la aplastante victoria de Chávez en Venezuela. No
sólo contra Capriles, sino contra todo un sistema de medios puesto al servicio
de la desinformación, y de la mentira. Chávez se queda, y a su paso Venezuela
se transforma.
Más al norte veríamos la heroica
resistencia de una isla que enfrenta, desde hace medio siglo, un injustificado
bloqueo que buscó dejarla aislada, pero que
no lo logró. En su lugar brotaron las raíces y semillas de pequeñas
revoluciones que Cuba esparce a los demás territorios. Recordándonos que ella
vive, en la medida que podamos hacernos cargo de su historia, y continuarla.
¿Qué más veríamos? Un paisito
pequeño, con gran cantidad de paisajes, con selva, montaña y playas
cristalinas, que pondrá en breve su destino a prueba de votos. El histórico
Guayaquil mira, mientras Correa disputa una nueva elección, y con ella su
continuidad en un proceso largo, con vaivenes, donde el buen vivir intenta
hacerse lugar. Una reforma universitaria en curso y el convencimiento de que la
revolución, sin educación no llega a buen puerto.
Bolivia, tierra de contrastes.
De heroicas luchas, de pueblos oprimidos desde el comienzo que supieron ver,
hace unos años, como uno de los suyos asumía el mando del país. Hoy se juegan
los desafíos de la continuidad de aquel momento en que se dio por tierra con una constitución infame y se puso en pie
un referendo y con él una nueva constitución: El Estado Plurinacional que se
mantiene y que sabe dialogar con los sectores que le exigen. Un presidente con
la suficiente humildad como para pedir perdón cuando hay exabruptos en los
intentos de modernización. No es poca cosa.
Y más al oeste Colombia que
intenta luego de muchos años lograr un proceso de paz con sus históricas
fuerzas guerrilleras. La tierra americana que tantos intentos revolucionarios
conoció, que supo de colectivos organizados que soñaron y pelearon por un
continente soberano, libre.
Los países del Cono Sur, Chile
en sus encrucijadas, con un pueblo digno que resiste a los embates de la
derecha, con un movimiento estudiantil de pie que reconoce en la educación la
puerta de la liberación verdadera. Argentina que se mueve entre aguas que a
veces pueden resultar turbulentas: tanta sigla marcada de números y letras nos
hace pensar que, hoy más que ayer, el desafío se encuentra en tener propuestas
reales, genuinas intenciones de llevarlas adelante; sabiendo que las memorias de los últimos diez años no se
pierden. Así como no se han perdido las memorias más viejas, las que se guardan
dentro para –intentar- no repetir.
Al sur, bien al sur, “la pequeña
suiza”, mal llamada por quienes pretenden alejar a Uruguay de su raigambre
latina, se despereza de su modorra y
pone en pie la primera ley que contempla la despenalización del derecho
irrenunciable de las mujeres a interrumpir su embarazo. Quizás sea la punta de
lanza para otros, la copiemos.
Puede que suene a una crónica
excesivamente positiva. Es una apuesta política, nada grande puede hacerse
desde la tristeza (y no lo digo yo, nomás). Prefiero dejarle a nuestros
enemigos ese siempre bien ejercido arte de desmoralizar. América Latina está
llena de contrastes. Es cierto. Con países de avanzada y países que intentan. Con
extrema pobreza y abundantes riquezas. Con pueblos más o menos dormidos. Se
podría relatar, al infinito, la historia de estas tierras. Brasil, Paraguay y
todos, cada uno inmerso en sus propios procesos, reconociéndose e intentando.
Sabiendo que en el seno de la Latinoamérica profunda está la clave.
Hay un
destino que es continental, o no será.
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