lunes, 5 de noviembre de 2012

Lluvia.





Lluvia. Copiosa lluvia.
Lluvia que moja la ventana,
ventana que ve transitar paraguas,
paraguas de todos los colores.
Que componen bellas tramas, que se entrecruzan con el agua,

que dan vida al cielo gris.
La lluvia que cae, la tormenta que no amaina
Y parece que va a caerse el mundo.
O a lavarse, quizás. ¿lavarse de que? ¿De quienes? 



Las gotas redondas, panzonas,
que me mojan las mejillas
aunque en vano intente

tapar mi cara bajo el paraguas.



Lluviecita quitapenas, lluviecita sanadora.
Que se hace rio manso
en los cordones de la vereda,

que fluye llevándose los restos
de noche porteña desorbitada.
La lluvia hecha lágrimas de una ciudad esquizofrénica
que la invoca cuando no está,
Y la detesta apenas llega.



Y yo la miro correr, ensimismada.

Fluyendo en su propio mundo.

De olores a agua dulce, de recuerdos de tormentas del caribe.
La miro y me sonrío,

porque aunque sea fiel hija de la luna y el sol,
me abrazo a la lluvia que
un día lunes furioso
me regala su espectáculo.



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