La foto de Evita no te habla.
Puede que te acompañe, casi como
una estampita religiosa, o como un amuleto de la suerte, en tus noches más
tristes.
Puede que sea la imagen deseada.
La mejor imagen.
Puede que la busques como dogma, como
verdad revelada. Incuestionable, sagrada.
Que eternices sus palabras, que
idolatres sus múltiples imágenes... sus cabellos rubios teñidos al sol, ondeándose
en el viento. La mirada aguerrida.
El rodete inmortal y las perlas
brillantes.
Que memorices una a una sus
frases, que sirvan para justificar cada ocasión.
Puede que haya instantes en que
la humanices, la vuelvas banal. Que sientas ganas
de contarle tus temores, que le
pidas consejos.
Que la trates como guía, como
amiga, como confidente.
Que la lleves como estandarte a
la victoria. Lo entiendo, comparto tu convicción.
Puede además que te enojes, que la cuestiones, que la desidealices y la vuelvas a comprender. Que comprendas que no tiene respuestas a todas tus preguntas.
Justamente porque no te habla.
Al final de la noche, agotado de
tanta actividad, de tanto traqueteo. Esa imagen objeto, imagen concepto,
que genera tus más hondas ganas de superarte, de besar ese papel que cargás con
tanto ímpetu, de aquí para allá.
Esa imagen es muda.
No puede responder a tu voz a la
espera de consejos. No te devuelve la mirada, ni te sonríe, comprensiva.
No hurga en tus incertidumbres y te ayuda a clarificar ideas.
No puede sino decir las palabras
que, puestas en papel o grabadas, dijo hace tiempo.
No puede moverse, no te puede
acompañar. No puede sino perpetuarse, inmortal en un instante como
dibujo
Esa imagen no te besa, no te
acaricia…
No hace con vos el amor.
Al caer la noche, en la coronación
de un día largo.
La foto de Evita no te habla.
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