I
¿A dónde van las palabras que se lleva el viento?
El viento lleva palabras como si fueran parte de un enorme
soplido. Vuelan, irrespetuosamente, transfiguradas.
Se esparcen por el mundo, se disfrazan de murmullos, de
suspiros, de gritos feroces y se esconden en bocas que logran contenerse para
no regalarle al aire más palabras.
Palabras que no mueren, no pueden morir. Se reinventan.
Sobrevuelan, apacibles y ligeras. Rodean los caminos,
arremolinan las vueltas. Porque vuelven, casi siempre renovadas.
Como círculos que comienzan, dan la vuelta, y vuelven a
empezar.
‘Si la uva está hecha de vino, nosotros somos las palabras
que dicen lo que somos’.
II
¿Pero entonces, donde van las palabras que se lleva el
viento?
Vuelan, vuelan lejos, para luego volver, renovadas.
Cruzan cordilleras, praderas y desiertos. Se cuelan por
techos y edificios, ahí donde el sol aparece poquísimas veces.
Las palabras que se lleva el viento se desparraman, se hacen
cada vez más grandes… como ecos de lo que fueron.
Se nutren de nuevas palabras que van encontrando en el
camino.
El otro día grité al viento un “te extraño”, quizás vuelva y
la escuches y se convierta en “cada día que pasa te extraño más”
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