A veces se siente sola.
Busca sus rastros entre las sábanas de la cama, por más que
sepa de memoria,
Que ahí no lo encontraría jamás; intenta convencerse, que nunca
estuvo.
Suspende el tiempo presente,
Embriagándose de la añoranza de su cuerpo;
su cuerpo que es infinito pasado.
No siempre comprende del todo esta cuestión del olvido, como
es que se procesa una partida, cuando fue el momento exacto en que le dijo
adiós.
Y aunque sonría en otros cuerpos, aunque practique el rito
de descubrir sensaciones en los demás, hay algo muerto en ella que no revive.
Por más aventuras nocturnas que recorran su cuerpo, que
parece inmune.
Extraña la compañía silenciosa, de quien supo caminar a su
lado. O no, quizás no lo extraña, y es esa sensación de soledad que la invade
los domingos a la madrugada, cuando la lluvia garúa finito… y sentada en el
andén, sabe que falta un rato para que llegue el tren que la lleva a su casa.
Añora lo que supo ser. Caen lágrimas pesadas que no logran
confundirse con la garúa más finita, y le dedica los más hondos pensamientos.
Y él, deja de ser el, para condensar frustraciones, pesares,
miedos, y algunas luces de esperanza.
Porque cuando sonríe el día, y el sol la besa en la boca,
resucita. Se despabila de su modorra, y encuentra otras existencias que la
están pensando, un inusitado amor propio, y sabe, lo sabe,
Que es mucho más feliz que la madrugada anterior.
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