viernes, 11 de julio de 2014

Los gurises y la noche


Una noche que podría ser cualquier noche.
Aunque cualquiera no, resultaría tan poco personal... una de esas noches donde no faltan las risas complices, las caras lindas, donde hay besos y sonrisas.

Una noche como cualquier otra. O quizás no.


Una gurisa, con el pecho inflado y la mirada tierna, con ganas de decir tantas palabras que quedan suspendidas en las puertas de sus labios carnosos. Curiosa, observando todos los rincones de esa casa ajena.


Un gurí, bonachón, mirada franca y rulos despeinados. Tremendamente malherido. Con mil y una responsabilidades y una catarata de recuerdos a cuestas. Por momentos indescifrable como cofre de muchas llaves.


Una gurisa, loca de ganas de amar, pero consciente del sagrado aprendizaje de la paciencia. Expectante, con los sentidos abiertos a las señales que la vida le va dando, conteniendo su alma que se le escapa, como las palabras, por los labios carnosos.


Un gurí, viviendo en carne viva el desamor. Sufriendolo, sintiendolo en los huesos. Refugiado en aturdirse de cosas, de citas, de eventos. Ruido, todo ruido en su cabeza. No sea cosa que tenga tiempo para pensar.



-Quedate a dormir, si querés. Es una lástima que te vayas ahora; dice.
- Bueno, pero yo pensaba que querias dormir.
- Si, claro, quiero dormir. Pero te podés quedar.
- Bueno.



Dos gurises, que se duermen. Juntos. Una noche como cualquier noche.



Y temprano al alba se separan, mientras a ella le queda, como tambor piano sonando en plena llamada, una frase que no sabe si soñó o si quiso tan sólo recordar apenas se levantó:

Donde no puedas amar, no te demores.

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