Para empezar a decir adiós.
Porque es preciso,
porque resulta urgente,
casi un deber –ser del cuerpo, rearmarse para volver a
nadar,
rio arriba.
Diré que lo hago porque es necesario, no porque sea mi deseo
más profundo.
Es necesario desprenderse,
De la ilusión de cruzarte al pasar.
De los besos acumulados en sábanas ajenas. De la
posibilidad, hoy imposible, de ir a tu encuentro.
Para empezar, a decir adiós, diré que no es fácil, que voy a
extrañarte.
En lo hondo de la piel, en las fotos de los atardeceres, en
la música de Liliana. Que allí donde más te extrañe, más vivirás, sereno, en mi
memoria.
Para empezar a decirte adiós, querido rey de la cabina, me
ire despidiendo de estas ganas que pujan por contarte cositas, secretos, por
hacerte parte de mi vida. Intentaré, totalmente consciente de estar haciéndolo
contra la voluntad del corazón, apaciguar esas ganas, respirando hondo, y
conteniendo los deseos de tus letras.
Para empezar a despedirte, me aferraré a las convenciones, y
diré que ni siquiera es que te conozco tanto, que te vi tan pocas veces en esta
vida presente, que entonces tiene que ser sencillo dejarte partir. Voy a
aprender a contar el tiempo como los demás mortales, procurando olvidar esa
sensación de minutos que se suspenden en el aire cuando te tengo cerca.
Y así te iré despidiendo, te iré guardando en el recuerdo,
para sacarte de la piel.
Cada día que pase sin pensarte, será un día ganado a este
futuro. Para recordarte con risas y soles, y dejar de a poco, que habites mi
memoria.