Cuando propusiste pasar a tomar unos mates por mi casa:
Elegí mi ropa desarreglada y hippie con mucho cuidado,
Me puse perfume al escuchar el timbre,
Cuando estaba por abrir la puerta me temblaban las manos
y caminé el pasillo interno mirando las baldosas, con las
mejillas coloradas.
Te abracé demasiado suavemente,
-hubiese querido suspenderme en tu pecho-
Te vi flaco, y con los ojos idos… lo primero te lo dije, en
la cara, lo segundo sólo lo pensé.
Estaba nerviosa, muy nerviosa. Por eso no podía dejar de
moverme,
y vos interpretaste que, como siempre, andaba
hiperquinética.
-charlamos de ello un buen rato, del cuerpo en movimiento, y
del movimiento de los cuerpos-
Hacía calor para mate, a pesar de ello accedí y tomamos dos
pavas. Enteras.
Hablamos en tono tan bajito, que hubiera querido gritarte a
la cara que los pensamientos estaban yendo a mil por hora, y mis palabras se
alentaban.
Me costó un buen rato mirarte de lleno a los ojos.
Y cuando lo hice, pensaba todo el tiempo en darte un beso.
Aunque ni te dieras cuenta.
Creo que nos reímos mucho menos de lo podríamos haber reido.
Me quedaron resonando palabras y frases que seguro irán
objetivándose en cuadernos,
Se irán volviendo letras,
Abandonándonos.
Nos despedimos rápido. Con un amigo en el medio, y quedé con
tanto en la boca por decirte..
Tanto.
Pero en lugar de retenerte, de apretar tus manos en mi pecho
para que sintieras lo fuerte que me latía,
Te saludé, sobriamente. Te vi ir, deslizándote por la
vereda. Sereno en una tarde de diciembre.